Huérfanos sin padre...o de un terapeuta que a veces piensa en dejar de trabajar con niños

Cuando tengo que explicarle a mi madre cómo se utiliza una aplicación del móvil, pierdo los nervios sin mucha tardanza. Se que en parte es porque es mi madre, pero también es porque mi madre es de una generación que utilizaba máquina de escribir y papel de calco. Internet era una locura aún no nacida ni como sistema de defensa, y el teléfono, cuando lo hubo, se conectaba con clavijas  hasta alguna señora que más tarde iba a pata a avisar a la casa de turno. Mi madre no es nativa digital, y por eso lee cada pop up que emerge en su pantalla, con detenimiento, y con cierto miedo no vaya a ser que le cobren algo o se le borre información.
 Yo he sido de la generación transición, he jugado en  la calle llenándome de mierda, y me he viciado a la Nintendo y a la play hasta las 2 de la mañana. He tenido action man y game boy, he escuchado el sonido, irreproducible por boca humana, cuando intentaba llamar por fijo cuando internet estaba conectado, he construido cabañas de palés y me he escondido en palés siendo terro en el conter (en un ciber en el que un mismo rooter abastecía una decena de ordenadores). Mi generación tiene integradas esas ventanitas incesantes que salen en el pc, la publicidad medio porno al buscar por internet, o las cadenas de wasap que dan la vuelta al mundo varias vces al año amenazando con las penas del infierno si no compartes un mensaje.


En fin, a eso los sociólogos lo llamaron la brecha digital. Yo pertenezco un poco a ambos mundos. Al mundo analógico, en el que se jugaba con piedras y barro (ahí las brechas no eran digitales), y al mundo digital, en el que compartíamos las ficciones audiovisuales en las que nos sentíamos protagonistas. He vivido la omnipotencia de crear mis mundos jugando on line, y la autoridad de mi padre cuando me meaba de miedo tan solo con una mirada. Tuve límites y normas, y tenía que estar en casa a una hora decente porque en la noche “no había nada bueno”. También pude poco a poco rebasar esas normas, ponerlas a prueba, y ganar progresivamente la autonomía y la libertad, en una carrera que, sin duda, continúa hoy en día.

La generación que viene, que llaman los sociólogos mileniars, o algo así, ha nacido con un móvil debajo del brazo. Saben usar aplicaciones antes que saben hablar, y acceden al universo desde sus tablets antes de ir a primaria. Los que tienen 10 u 11 años son nativos digitales, y tienen integrados mejor que yo las ventanas emergentes del ordenador y los trucos necesarios para construir complejas casas antes de que los monstruos lleguen por la noche. Encuentran películas piratas antes de que salgan en el cine, hacen grupos de internet Friends con los que intiman más aún que con el vecino, y conocen al dedillo las páginas de porno gratuito de mejor calidad o de más bizarro contenido. Viven a través de selfies donde demuestran a la gente lo felices que son sus vidas, y en ocasiones miden su autoestima en función de los likes que consiguen sus fotos.

 
En fin, hay de todo, como en botica. Pero lo cierto es que estos nativos digitales vienen sin el  office integrado en el sistema operativo. Conocen de nacimiento e integran a la perfección el uso de tecnología en sus vidas, pero carecen de aspectos que mi madre,  o nuestra generación, tiene integrados bajo la piel…no de nacimiento, sino pro aprendizaje vital.  Muchos de ellos no disfrutan del encuentro tú a tú, no gozan del placer de mancharse en el barro, de hablar durante horas en la playa. Muchos de ellos no sienten el respeto inherente a las personas mayores (que no miedo) ni tienen integrados algunos límites necesarios para convivir. Muchos consumen actividades y experiencias en un devenir hacia ningún sitio. Muchos no soportan el silencio, dicen necesitar cosas que en realidad solo desean o carecen de metas a largo plazo. En fin, muchos nativos digitales son vacíos existenciales. Pero cuidado, no es su culpa. Ellos han nacido a la deriva, en un maremagnun de informaciones cruzadas. Estos niños llegan a  la consulta con problemas de límites, con depresiones, con cortes en las muñecas en la adolescencia, o con problemas académicos. Estos niños en muchos casos vienen con un palabro feo, o medicados hasta los ojos. Los pobres tienen (cuando no son) hiperactividad, o conducta negativista desafiante, o déficit de atención…

Pues sí, claro que tienen déficit de atención. Déficit de la atención de sus padres. Estos nativos digitales son huérfanos con padres. Son zombis que caminan entre la soledad de sus casas y la frialdad de las instituciones educativas, sin que nadie sienta la responsabilidad de ellos. ¿Quién tiene la misión de educar? El Estado, la familia, el Instituto? Acaso no son todas estas instituciones, estructuras en crisis? Y en medio de los cambios familiares, en medio de la crisis económica, en medio de los cambios de ley educativa, y de los cambios tecnológicos y sociales, ¿quién se ocupa de los niños? Nadie. Deambulan entre clases particulares, monitores de ocio y tiempo libre, deportes y a veces terapeutas. Deambulan y sus padres les dan todo lo que necesitan, excepto lo único que necesitan de verdad: límites y amor.

Por eso yo me canso, a pesar de amar mi trabajo, del complejo de mecánico por el que los padres me traen al niño y me dicen: este es mi hijo, arréglamelo. Me canso de tener a niños una hora a la semana con diagnósticos mal hechos, medicaciones mal puestas, y con padres que se preocupan pero no se ocupan.  A veces llegan con problemas realmente graves, en las que el trabajo es de profundidad, pero medicados como hiperactivos…pues claro que el niño no atiende joder. Tiene 7 u 8 años y lo tenemos 6 horas sentado con profesores vacacionales (que no vocacionales), estudiando algo que no tiene conexión con su vida y viviendo más con los abuelos que con los padres. Lo siento pero la buena cocina necesita tiempo, y el amor y los límites también. Los boniatos crecen a un ritmo, y los niños también. Como le echamos mierda a las verduras y a las frutas para que crezcan antes, a los niños se les echa risperdal y anfetamina. Pues así estamos, la fruta está preciosa pero no sabe a ná, y los adolescentes salen bonicos en los selfis, pero se sienten vacíos y perdidos (en el mejor de los casos).


En fin yo soy psicoterapeuta, no la virgen de Lourdes. Muchos de estos niños tan malos o tan hiperactivos, en la consulta funcionan de miedo. ¿Y sabéis cuál es el elemento más importante de la terapia? Les valoro por lo que son y establezco unos límites claros y estables. Les apoyo y les confronto. Hago de mamá y de papá (entiéndanme que hablo de funciones, y que no hablo de familia tradicional ni no tradicional). Pero claro, cuando salen al mundo, pues se encuentran con la crisis, y el terapeuta está con ellos una horica muy maja, pero se tiran 6 o más en el cole, y algunas más en casa (que no digo con sus padres) o en sus miles de actividades. Mientras los políticos se tiran meses para formar gobierno y los padres trabajan duro por necesidad o por ambición, ellos se pasan el día jugando al GTA y viendo telemierda (entiéndase que me refiero a tele cinco principalmente). Por cierto, los abuelos tienen derecho a ser abuelos, que no dan límites y amor, sino encarnan el amor sin límites, que todo lo da sin pedir ni exigir. No les robéis los abuelos a los niños, ni los nietos a los abuelos. Tienen derecho a disfrutarse mutuamente. 

Planteamos una escuela analógica, una política analógica y una sociedad analógica (que de lógica tiene poco y de anal tiene mucho) a una juventud digital, por no decir ya postdigital (supongo que lo llaman digital por que tienen el dedico todo el día en el wassap y en los mandos de la play). Y mientras adaptamos los conocimientos de la escuela para dar más nota en el informe PISA, en vez de ver lo que realmente es importante; mientras cambiamos las leyes de educación sin preguntar a nadie;  mientras llenamos de diagnósticos el DSM; mientras elaboran informes de alerta sobre patología infantil, sobremedicalización, o crisis del sistema educativo... estos niños y niñas vienen a la consulta en busca de límites y amor, pidiéndome que sea padre y madre para ellos. Ellos también son refugiados, en mi consulta que es su campo, removidos por las guerras de sus vidas, y a la espera de que alguien los acoja, les reconozcan su identidad y les expliquen las normas de convivencia. Se les tacha de "terroristas", de hiperactivos y negativistas. Pero son niños, huérfanos sin padre. Nosotros tenemos los políticos que nos merecemos...y ellos nos tienen a nosotros. 

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